Hacía un frío intenso en la cubierta del ferry, el viento de principios de Enero no ayudaba en nada! Zarpamos desde el muelle 11 en el East River, con destino primero a la Estatua de la Libertad y de regreso, pasaríamos por Ellis Island. Para nosotros, en realidad, lo más importante era la visita a la Isla, pero decirlo en voz alta habría sido tirar agua helada al entusiasmo de nuestro hijo y su amigo que nos miraban con ojos absolutamente circulares, obligándonos a jurar que subiríamos todos los escalones hasta la corona de la Estatua.
El ejercicio al subir nos sirvió para entibiar los pies y manos. Había comenzado a nevar en Nueva York justo el día después de Año Nuevo y aunque ese día no nevaba, el viento y el frío se hacían sentir.
Una vez en el mirador de la corona de la estatua, solos los cuatro, quedamos fascinados con la visión ofrecida a nuestros ojos. Pensaba yo, mirando en lontananza, cuales habrían sido las emociones y sentimientos de los inmigrantes llegados en épocas pasadas, cuando desde los barcos que se acercaban a puerto, de pronto, emergía entre nubes claras del amanecer, la Estatua e imaginaba el grito esperanzado: AMERICA!!
Dejando mis pensamientos atrás y volviendo a la realidad, el paisaje de la Gran Manzana estaba completo, se veían majestuosas las Torres Gemelas. Aún hasta ahora permanece en nuestra retina esa visión, y aunque hayamos regresado con posterioridad, la panorámica de una Nueva York íntegra, sin las heridas del atentado del 11 de Septiembre, era magnífica.
El descenso desde el tope de la Estatua fue en calma, encantados de haber tenido la oportunidad de gozar la visión en completa soledad, cosa que no suele ocurrir muy a menudo. Hasta en eso habíamos tenido suerte en este viaje emprendido sin tanta planificación. Mi hijo y su amigo no paraban de reír y hacer bromas sobre quién estaba más cansado con la subida y a quién se le acalambrarían las piernas en la bajada.
Con tiempo suficiente para tomar fotografías y recorrer la explanada, embarcamos en el ferry con destino a Ellis Island.
El ambiente de silencio y calma en el hall central del ingreso al edificio, ahora Museo, sobrecoge, especialmente impresiona ver maletas viejas con recuerdos de viajes en busca de una esperanza de vida mejor o tan solo de una ilusión. Las murallas con frases en tantos idiomas, caligrafías distintas, mensajes dolientes, de pérdida de la patria lejana y el encuentro feroz con una América desconocida. Recorriendo el lugar y leyendo los escritos, mi hijo, nos dice serio: «ustedes son hijos de inmigrantes» y le respondo de inmediato: «Sí hijo, pero mi abuelo y nuestros padres llegaron en otra época y a otra América, diferente, llegaron a América del Sur, no lo olvides nunca»
Terminada nuestra visita a la Isla, al desembarcar, caminamos a través del Parque en Battery Park, todavía con la carga emocional y espiritual que significó para nosotros los mayores y sobre todo para mi hijo y su amigo, palpar realidades duras del pasado.
Nos sentamos en un banco del Parque con paquetitos de castañas calientes y rápidamente se nos fueron acercando las ardillitas, hermosas y nerviosas abundantes en los parques, a la espera que caiga algo para tomarlo y esconderlo. Mi hijo y su amigo revoloteaban fascinados, como niños pequeños y no pre-adolescentes como eran.
A mis pies llegó una ardilla, atrevida, desafiante, mirándome directo, con ojos parpadeantes a la espera de su regalo. Y le digo: «y tú, cómo te llamas? así que quieres que comparta contigo mis castañas calientes?» y ella me responde alegre y ligera juntando sus manitas: «no tan sólo, espero que me hagas el regalo, sí, pero también que me dejes subir en tu regazo a recogerla!»
Y escucho a mi lado la voz de mi hijo que dice:
«Papá, mira! la mamá no tan sólo habla con los gatos, ahora también habla con las ardillas!!!